Algunas veces, los virus, gérmenes, bacterias,
parásitos y similares tienden trampas y parecen convertirse en espíritus
burlones. El sentido de la oportunidad es una de las cualidades más importantes
de esos gnomos. Así, una buena gripe, con tos de la que llaman “de perro”, debe
ocupar tus pulmones justo cuando te toca dar una conferencia en la que está
presente la plana mayor de la empresa.
Una diarrea, por ejemplo, tiene que presentarse
cuando vas de salida para el aeropuerto, después de haber planificado
minuciosamente el viaje de tus sueños. Otra ocasión ideal es si la joven que te
atrae, por fin, aceptó ir al cine contigo.
Un dolor de muelas que se respete tiene que aparecer
a medianoche, de preferencia cuando no tengas ni un calmante en casa. Descubres
hongos en las uñas de los pies o el furúnculo en una nalga el día que aceptaste
ir a la playa con tu galán. O el Pytirosporum
ovale debe mostrarse con todo
esplendor en tus cabellos el día que estrenas un elegante vestido negro.
Puede parecer muy gracioso, pero realmente es una
tragedia para el que vive la situación. Puedo contar la que sufrió mi amigo
Alejandro, un cincuentón que aparenta menos edad cuya obsesión son las sopas (a
las que llama “levanta muertos”), las vitaminas y los adaptógenos.
Una mañana, Alejandro desayunó un potente consomé
que había quedado de la noche anterior, se tomó sus ocho píldoras tempraneras y
salió hacia su oficina. Transcurrida media hora, ya viajando en el Metro,
sintió que su pene se endurecía y comenzaba a crecer. Como no había tenido
pensamientos eróticos ni nada que se pareciera, comenzó a inquietarse. Cruzó y
descruzó las piernas varias veces y lo que consiguió fue que se le empezara a
notar el nerviosismo. Decidió bajar en la parada siguiente y caminar hasta la
oficina, mientras cubría con el maletín el promontorio que sobresalía del
pantalón.
Luego de la larga caminata, entró al ascensor del
edificio enjugándose el sudor con una mano y con la otra moviendo el maletín
cual torero su capote. Al llegar a su piso fue directo al baño e intentó
calmarse. Pero al echarse agua en la cara, empapó el cuello y la pechera de la
camisa, con lo que llamaba más la atención. Angustiado, se sentó en el
escritorio seguro de que al concentrarse en el trabajo eliminaría la presión de
sus genitales, pero, nada.
Optó por no moverse de la silla y quedar
prácticamente incrustado en la mesa de trabajo. No salió a almorzar y tuvo que
dar unas cuantas explicaciones poco creíbles a sus compañeros. Lo único que
hacía era rogar que terminara pronto el día.
A media tarde, calculó que habría bajado la cantidad
de pasajeros y regresó a casa con el maletín por delante. Tenía los nervios
deshechos y un inmenso dolor en los testículos que apenas lo dejaba caminar. Al
entrar, la esposa observó el bulto y sus ojos brillaron. Sin embargo, la
codicia le duró poco. Justo en ese instante Alejandro respiró aliviado. El
tormento había llegado a su fin.
Cecilia Torres
luisacecilia@gmail.com
Jaja buenísimo .
ResponderBorrarPobre hombre!
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