miércoles, 29 de diciembre de 2021

Un duende en la sopa




Algunas veces, los virus, gérmenes, bacterias, parásitos y similares tienden trampas y parecen convertirse en espíritus burlones. El sentido de la oportunidad es una de las cualidades más importantes de esos gnomos. Así, una buena gripe, con tos de la que llaman “de perro”, debe ocupar tus pulmones justo cuando te toca dar una conferencia en la que está presente la plana mayor de la empresa.

Una diarrea, por ejemplo, tiene que presentarse cuando vas de salida para el aeropuerto, después de haber planificado minuciosamente el viaje de tus sueños. Otra ocasión ideal es si la joven que te atrae, por fin, aceptó ir al cine contigo.

Un dolor de muelas que se respete tiene que aparecer a medianoche, de preferencia cuando no tengas ni un calmante en casa. Descubres hongos en las uñas de los pies o el furúnculo en una nalga el día que aceptaste ir a la playa con tu galán. O el Pytirosporum ovale  debe mostrarse con todo esplendor en tus cabellos el día que estrenas un elegante vestido negro.

Puede parecer muy gracioso, pero realmente es una tragedia para el que vive la situación. Puedo contar la que sufrió mi amigo Alejandro, un cincuentón que aparenta menos edad cuya obsesión son las sopas (a las que llama “levanta muertos”), las vitaminas y los adaptógenos.

Una mañana, Alejandro desayunó un potente consomé que había quedado de la noche anterior, se tomó sus ocho píldoras tempraneras y salió hacia su oficina. Transcurrida media hora, ya viajando en el Metro, sintió que su pene se endurecía y comenzaba a crecer. Como no había tenido pensamientos eróticos ni nada que se pareciera, comenzó a inquietarse. Cruzó y descruzó las piernas varias veces y lo que consiguió fue que se le empezara a notar el nerviosismo. Decidió bajar en la parada siguiente y caminar hasta la oficina, mientras cubría con el maletín el promontorio que sobresalía del pantalón.

Luego de la larga caminata, entró al ascensor del edificio enjugándose el sudor con una mano y con la otra moviendo el maletín cual torero su capote. Al llegar a su piso fue directo al baño e intentó calmarse. Pero al echarse agua en la cara, empapó el cuello y la pechera de la camisa, con lo que llamaba más la atención. Angustiado, se sentó en el escritorio seguro de que al concentrarse en el trabajo eliminaría la presión de sus genitales, pero, nada.

Optó por no moverse de la silla y quedar prácticamente incrustado en la mesa de trabajo. No salió a almorzar y tuvo que dar unas cuantas explicaciones poco creíbles a sus compañeros. Lo único que hacía era rogar que terminara pronto el día.

A media tarde, calculó que habría bajado la cantidad de pasajeros y regresó a casa con el maletín por delante. Tenía los nervios deshechos y un inmenso dolor en los testículos que apenas lo dejaba caminar. Al entrar, la esposa observó el bulto y sus ojos brillaron. Sin embargo, la codicia le duró poco. Justo en ese instante Alejandro respiró aliviado. El tormento había llegado a su fin.


Cecilia Torres

luisacecilia@gmail.com

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