miércoles, 29 de diciembre de 2021

Todos los tonos de gris sombra



La descubrí aquella soleada mañana, durante la charla sobre el trabajo multidimensional de un personaje. Al principio solo me molestaba un poco. Aún no había identificado su origen, es decir, era algo que parecía estar ahí, aunque no podía asegurar que estuviera. A medida que avanzaba la exposición empecé a ser consciente de su presencia y dejó de molestarme. No se quedaba quieta. Por momentos se ubicaba sobre la cabeza del expositor, después de detenía sobre algunos de los oyentes, y de pronto comenzaba a pasearse muy lentamente por cada rincón de la sala.

Quise creer que se trataba de mi imaginación, que mis vencidos lentes me jugaban una mala pasada, que ahora sí me estaba volviendo loca, que tendría que dejar de comer caramelos colombianos (lo único que había ingerido esa mañana). Llegué a sospechar que esas golosinas, en lugar de café, contenían coca o algún alucinógeno. Pero, no. No eran ideas mías. En realidad se trataba de una sombra alargada y oscura que flotaba en la habitación.

Siempre había pensado que el día que me topara con algo así –espíritu, espectro, egregor o como se llame- sería en un sitio oscuro, a media luz, o por lo menos alejado de la claridad solar. Sin embargo, allí estaba, observando una misteriosa sombra, rodeada de gente, en plena mañana, en el ambiente funcional de un edificio moderno rodeado de pájaros que trinan, perros que ladran, flores de vivos colores, frutos de aromas delicados y aviones que rompen con toda esa armonía cuando despegan del cercano aeropuerto. Lo peor era que nadie más parecía darse cuenta.

¿Qué pasaba allí? ¿De dónde venía? ¿Por qué solo yo la veía? Nadie más parecía notar su presencia. Mis rodillas temblaban mientras las preguntas se atropellaban en mi mente, pero no encontraba explicación que pareciera racional hasta que, de pronto, la sombra empezó a tomar formas cada vez más definidas.

Cuando se habló del físico de los personajes, la sombra giraba como un torbellino y adquiría las formas de cada uno de los presentes. Aunque como buena sombra era de un gris acerado muy oscuro, los tonos variaban de acuerdo con la persona sobre la que se posara. Cuando se tocó el tema psicológico, la “cosa” se movía con lentitud y, en vez de girar, formaba ondas grandes o pequeñas.

Al hablar del aspecto social se posó frente al pizarrón para dividirse en líneas, cuadrados, círculos, óvalos, rombos y cuanta figura geométrica se le ocurrió. Con mucha gracia, al referirse el expositor al ámbito animal se transformó en cada uno de los nombrados. La más hermosa fue una estilizada mariposa. Al final se convirtió en estatua de Apolo y permaneció inmóvil en el rincón de la ventana.

La clase terminó. Antes de salir del aula le eché una última mirada y casi podría asegurar que me sacó la lengua.

Me sigo preguntando si alguien más notó su presencia, pero no creo que la vea otra vez, al menos no en esta escuela. No obstante, estoy convencida de que así como para muchos la charla puso fin al “misterio creativo de la actuación”, el actor que todos llevamos dentro decidió manifestarse aquella mañana de verano.    


Cecilia Torres

luisacecilia@gmail.com

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