jueves, 6 de enero de 2022

A quién le importa

 



Anoche salí sin que nadie me viera, pero no creo que les hubiera importado. Era jueves, una noche en la que nos permiten algunas travesuras. Así que me puse el vestido rojo que me queda como pincelado (por lo ajustado), me trasladé al centro comercial y recorrí un par de veces la planta baja esperando recoger suficientes miradas aprobatorias.


Hecho el cálculo, me fui directamente al pub del sótano y ¡aleluya¡ allí, en la barra, estaba él. Como siempre, rodeado de moscardones de cualquier tendencia, desde machos machotes hasta asexuados con alitas, pasando por mujeres de dudosa femineidad y por la más reciente aspirante del concurso de belleza nacional. También como siempre, elegante sin afectación, auténtico hasta en la sonrisa y tan natural como el algodón egipcio… o, por lo menos, así lo percibí.


En fin, no sé cómo logré controlar los latidos de mi corazón, que casi amenazaban con delatar mi estado emocional, y colarme hasta la barra. Me acerqué lentamente hasta que casi rozaba su espalda, esperando impresionar su olfato con mi perfume. Aguardé unos minutos y… nada.


Creo que mis feromonas estaban de baja. La indiferencia puede resultar un acicate para un corazón ilusionado. Así que, sin pensarlo mucho, decidí llamar su atención de cualquier forma. Un buen estratega tiene siempre una opción en el bolsillo, me dije. Vamos a aplicar el plan Z-K para que no haya posibilidad de fallo.


Primero, con una precisión que el mejor cirujano envidiaría, volqué en la barra un vaso con licor. Dos gotas salpicaron sus zapatos. No podría perdonarme destruir su cuidada imagen con un pegajoso brebaje
alcohólico. En el acto aparecieron más pañuelos que palomas en inauguración de olimpiadas y de las gotas no quedaron ni rastros. Off course, no se registró la reacción esperada.


Luego, intenté un recurso de emergencia y clavé uno de mis estilizados tacones de 15 centímetros sobre su pie, pero debe haber usado botas de seguridad porque no se oyó ni un ¡ay!
Recordé las enseñanzas de mi maestro. Un soldado no se da por vencido tan fácilmente. Había llegado la hora de las decisiones heroicas, el momento de romper las reglas, que por lo demás han sido obviadas por generaciones de mis pares por travesura o venganza: soplé mi aliento sobre
su nuca y ¿qué creen? Dio resultado. Mi presencia se sintió en casi todo el salón, con una pequeña diferencia en lo que se refiere al objetivo. Al hombre se le erizaron todos los vellos del cuerpo, pero de terror.
 

“No va más”, me dije. Cabizbaja y desilusionada, herida en lo más profundo, salí del pub. Juré que no pensaría más en él, que ningún hombre volvería –al menos en lo que restaba de semana- a apoderarse de mis pensamientos.


Regresé al cementerio. Nadie había notado mi ausencia. Los fantasmas no nos divertimos como antes.


Cecilia Torres

luisacecilia@gmail.com
Foto depositphotos.com
 

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